
En Bruselas, casi nadie se atreve a criticar la PAC, ese bodrio que aniquila la competitividad en la agricultura, que subvenciona al ineficiente y que ahoga las exportaciones de los países pobres. En París, nadie de izquierdas se atrevería este fin de semana a dar su visto bueno al polémico CPE (contrato de primer empleo), que tantas manifestaciones (manifs) e incidentes ha provocado recientemente. Claro que no es el contrato ideal que uno pueda imaginarse como primer empleo (porque concede al "empleador" la posibilidad de despedir sin justificación a los menores de 26 años durante sus dos primeros años de contrato). Pero tambien es cierto que no hay soluciones mágicas para un país en que uno de cada cuatro jóvenes están en el paro. Como mínimo se trata de una iniciativa que "remueve" el mercado y activa el talento. En Madrid, tambien en las izquierdas, casi nadie se atrevería a comentar que el "plante" de las diputadas socialistas ante el bochornoso comentario carnavalesco de Zaplana fue igualmente bochornoso. Vaya por delante mi consideración de Zaplana como uno de los mayores exabruptos que ha producido la democracia. Un personaje al que un día un monologuista definió como "ese tío con pinta de gerente de club de alterne". No puedo estar más de acuerdo con esa definición, aunque hay que reconocer que tambien tiene pinta de vendedor de camisas de la planta de caballero de El Corte Inglés. Comentarios que ofenden, hay muchos. Y comentarios machistas, más todavía, desgraciadamente. Pero afortunadamente, tales comentarios retratan automáticamente al que los pronuncia. Si cada vez que alguien se sale de tono en el Parlamento, reaccionamos de tal forma, vamos a convertir la institución en un circo, donde la estrella no será el debate y la dialéctica intelectualmente desafiante (de la Vega, Piqué, Ridao, y pocos más), sino el monologuismo carca (Zaplana va por tí) y el aplauso, los golpeteos, el abandono o el desfile. Y en Barcelona, tambien parece políticamente incorrecto pedirle al Gobierno de la Generalitat que utilize tanto el catalán como el castellano en sus comunicaciones públicas. Y vaya una vez más por delante que el bilingüismo institucional y público no está para nada reñido con el soberanismo político, concepto que normalmente comparto por ser el que más beneficios y más progreso aportaría a la ciudadanía catalana. En fin, corrección política y borreguismo. Uno de los males del bienestar del balneario europeo.
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